por José Marzo
La cultura es diálogo y es debate. Sin debate, la cultura agoniza, enferma de autocomplacencia. Como sostenía el científico Ramón y Cajal, nos quejamos de las censuras de nuestros maestros, émulos y adversarios, cuando deberíamos agradecerlas: «Sus golpes no te hieren, te esculpen».
En mi página web están enlazadas, desde hace años, algunas críticas (positivas y negativas) a mi novela La alambrada, la primera de las Novelas Plurales. Una de las reseñas lleva el título de «Inconsistencias», todo un dictamen. También enlazo la crítica negativa que un influyente editor, periodista y novelista publicó en la misma revista unos años antes sobre mi novela Un rincón para César.
Le tengo un gran cariño a esta última novela, Un rincón para César, un divertimento escrito al modo de un reportaje de televisión sobre un muchacho, César, un protagonista huidizo, literal y simbólicamente. Hoy veo esta obrita como una novela de formación, porque con ella aprendí a hablar de una cosa o de unos personajes aparentando hablar de otra cosa y de otros personajes, como en un juego de espejos. Y, en cierto modo, entre el César de Un rincón y el Emilio de La alambrada hay una corriente subterránea y un mismo propósito básico… Pero con César también fui consciente del potencial del diálogo, tanto explícito como escondido, eso que, en lingüística, llamamos a veces dialogismo y heteroglosia, y tomé la decisión de seguir esa senda, la del pluralismo. Si creemos en el librepensamiento, en la libre conciencia de los lectores, estaremos de acuerdo en que una crítica ni construye ni destruye una novela, ni siquiera un cuento, ni siquiera un verso. Una crítica, pienso, tiene la oportunidad de colocar el foco sobre una obra y de iluminarla, ayudar a interpretarla. Una crítica puede ser una gran obra intelectual. Y aunque algunas críticas iluminen poco e incluso parezcan revolverse, incómodas, contra quien las escribe, siempre conservan el efecto de incitar el diálogo e invitar a pensar al buen lector, responsable último de juzgar aquello que lee. Una crítica mal hecha es una oportunidad perdida. Y sí, una crítica despierta y bien argumentada es una gran obra intelectual.
Pero hablaba de La alambrada. El origen de La alambrada fue una conversación que nunca tuvo lugar. La habitación de un hospital fue el marco de un diálogo que, en realidad, escondía la confesión de una vida y la declaración de una frustración. Escenario, asunto y tema son cosas diferentes; el asunto no es más que un objeto mental que tratamos, pero el modo de tratarlo, es decir, el tema, puede disparar la imaginación y el pensamiento, las lecturas y las interpretaciones…. La alambrada no es una novela sobre los hospitales (el escenario) ni sobre la muerte, que no pasa de ser una circunstancia: es la novela de Emilio, un hombre que sabe que se ha equivocado y que lucha con su mala conciencia, pero narrada a través del relato de Ángel. Esta expresión, mala conciencia, fue precisamente el título que preví para la novela, antes de que la alambrada de una cancha de baloncesto entrase en el argumento. La alambrada es tan sólo el muro de metal contra el que Ángel, solitario, lanza una y otra vez su pelota de baloncesto. Yo me recuerdo en mi adolescencia lanzando una pelota contra una alambrada parecida.
Es cierto que escribir una novela no es exactamente lo mismo que redactarla. La redacción puede resolverse en meses, incluso en días, pero una novela, incluso la más breve, puede haberse gestado durante años. La alambrada se consumó en apenas diez días con sus diez noches, en un estado de actividad febril. Fue en enero de 2001, cuando la pérdida de un empleo me proporcionó el tiempo necesario. Sin embargo, aquella historia había ido evolucionando lentamente durante varios años, tras nacer en circunstancias dolorosas. Las novelas no se improvisan, van creciendo, pero cuando la voz, la forma y la estructura, el argumento… cuando todo encaja, es el momento de volar.
Como lectores, intuimos cuándo un autor ha volado porque también nosotros volamos.
Sí, la inspiración existe. Una planificación sin inspiración huele a despacho. Sin inspiración no puede haber creación. Hay un momento en que el escritor suelta el control de sus palabras y son los personajes los que parecen dictarnos al oído.
Toda novela tiene un propósito o muchos, pero la buena novela debe esconderlos. ¿Por qué escribí La alambrada? Necesitaba afirmar algo, esa voluntad básica de seguir adelante que a todos nos sostiene, la voluntad de vivir y de comunicarse. También necesitaba arañar la realidad con palabras cortantes, como el estilo de los antiguos, como el bisturí de los cirujanos. Un colega escritor, paseando por las calles de Vitoria, me preguntó en una ocasión si no temía haber hecho apología del suicidio con esta novela. Todo lo contrario. Siempre he sentido La alambrada como una apología de una vida lúcida. Emilio y su soledad no son el modelo, el modelo lo lleva consigo cada lector, pero la lucidez de Emilio sí es una actitud vital ante la que hay que posicionarse.
Pienso que una característica de la narrativa actual dominante es la pretensión de convertir a los personajes en modelos de conducta, a veces incluso en héroes de «ideologías», sean positivas o negativas: los policías tienen que ser bondadosos, las mujeres tienen que ser fuertes, los abuelos tienen que ser sabios, los adolescentes tienen que ser comprensivos, los moribundos tienen que dejar las facturas pagadas, como Sócrates. Las series de televisión han sobresalido en esta tendencia cultural que confunde el ser con el debe ser y algunas novelas parecen secundarlas. Aún peor: algunos lectores e incluso algunos críticos valoran una obra según esa expectativa. Una expectativa que espera un género donde es muy posible que no lo haya. Cualquier filólogo sabe que ni un asunto ni una circunstancia son caracterizadores de un género literario. Se diría que hay que decirle al televidente y al lector lo que debe pensar (nada), una especie de cartilla escolar, por dónde debe ir y con qué meta, sin incitar la reflexión ni el desarrollo de un criterio propio. Ese camino nos aleja del librepensamiento y del diálogo. El propio Emilio intuye que él no puede ser un modelo, ni se postula como tal. Creo que la primera exigencia ética e intelectual de todo escritor frente a sus personajes es que sus personajes sean veraces, complejos y autónomos, porque ésa es también la primera exigencia ante los lectores, nuestros semejantes, tan veraces, complejos y autónomos como nosotros. El promedio, la medianía, es una construcción y no sirve como medida de la verosimilitud; ninguna persona y ningún personaje es un promedio. Las estatuas no andan, los estereotipos no caminan. Es preferible dibujar un personaje huidizo, incompleto y borroso, o un personaje excesivo, antes que perfilar con trazo grueso un contorno que lo limite. Al limitar un personaje, nos limitamos a nosotros mismos y limitamos al lector.
Las novelas que hemos escrito nos acompañan siempre porque son parte de nuestra biografía. También las novelas que hemos leído se integran en nuestra memoria. Las críticas a lo que escribimos, sean positivas o negativas, constructivas o destructivas, aunque confundan una crisis de ansiedad con síntomas de enfermedad, género con escenario, escenario con asunto, asunto con tema, narrador con autor, y lo que tan sólo se dice con lo que se puede intuir y se sugiere, incluso las críticas peculiares, tienen la virtud de recordarnos que junto al camino hay otras perspectivas sobre la literatura, que no todo el mundo comparte nuestra visión de la cultura, que no estamos solos en este viaje.
José Marzo, 23 de junio de 2020


+ info sobre José Marzo en Revista Mínima, revista de cultura, con minúsculas, el jardín virtual donde publica relatos y otros fragmentos de su obra, tanto narrativa como ensayística.
+ Enlaces a las críticas en la siguiente entrada de josemarzo.net
[Nota: las críticas de las novelas Un rincón para César y La Alambrada, firmadas respectivamente por José María Guelbenzu y Emilio Peral Vega, fueron publicadas en Revista de Libros de Caja Madrid]